NOTA Nº 70
Érase una vez hace
ya mucho tiempo que dieciséis caminantes se dispusieron a hacer un viaje a
través del bosque.
Al principio
iba todo bien, pero después de que hubieran recorrido un buen trayecto comenzó
uno de ellos, la agrimonia, a preocuparse de si habían escogido el camino correcto o no. Más
tarde, después de comer, cuando iba oscureciendo cada vez más, el mímulo tuvo miedo de que hubieran perdido el camino.
Cuando se puso el
sol y la oscuridad era cada vez mayor, comenzando ya a oírse los ruidos
nocturnos del bosque, tuvo el heliantemo miedo y fue presa del pánico.
En medio de la noche, cuando todo se había vuelto totalmente oscuro, la aulaga perdió todas sus esperanzas y dijo: “No puedo
seguir. Continuad vosotros, yo prefiero quedarme aquí, donde estoy hasta que la
muerte me libere de mi padecimiento.”
Por otra parte,
el roble, aun habiendo
perdido todas las esperanzas y creyendo no volver a ver más la luz del sol,
manifestó: “Lucharé hasta el último momento”, y continuó luchando
denodadamente.
El scleranthus poseía todavía una ligera
esperanza pero, a veces, era presa de una inseguridad e indecisión tan grande
que en un momento quería tomar un camino y, al mismo tiempo también deseaba tomar
otro diferente. La clemátidecomún caminaba despacio y pacientemente, sin preocuparse demasiado sobre
si caería en el sueño eterno o lograría salir del bosque. A veces, la gencianaanimaba un poco a los otros pero, en otras
ocasiones, volvía a ser presa de la desesperación y de la depresión.
Los otros
caminantes no tuvieron jamás miedo de no lograrlo y quisieron ayudar a su
manera a sus acompañantes.
El brezo estaba totalmente seguro de conocer el camino
y quiso que todos los demás le siguieran a él. A la achicoria no le preocupaba el final que pudiera tener
esa excursión, pero sí el estado en que se encontraban sus acompañantes: si les
dolían los pies, si estaban cansados o si tenían comida suficiente. La ceratostigma no tenía especialmente una gran
confianza en su capacidad de enjuiciamiento y quería probar cada camino para
poder estar segura de no ir en la dirección falsa. La humilde y pequeña centaura quería aligerar tanto la carga que estaba
dispuesta a llevar el equipaje de los otros. Desgraciadamente, y por regla
general, se suele llevar la carga de aquellos que se encuentran en la mejor
situación para llevarla ellos mismos, ya que éstos son siempre los que más se
quejan.
El agua de roca estaba totalmente entusiasmada
por ayudar, pero deprimía un poco al grupo porque criticaba todo lo que ellos
hacían mal y conocían el camino. La verbena también conocía el camino muy bien, aunque
estaba un poco confusa y se explayó en detalles acerca de cuál era el único
camino correcto que conducía fuera del bosque. También la impaciencia conocía muy bien el camino de
regreso a casa, lo conocía tan bien que era muy impaciente con aquellos que
caminaban más despacio que ella. La violeta de agua ya había recorrido el trayecto
una vez y conocía el camino correcto, adoptando una actitud orgullosa y
altanera porque los otros no lo conocían. Para ella, los otros eran inferiores.
Finalmente,
todos lograron salir ilesos del bosque. Ahora viven como guías para todos
aquellos caminantes que nunca han hecho ese viaje y, como conocen la oscuridad
y el camino a través del bosque, acompañan a los caminantes en calidad de
“valientes caballeros”. Cada uno de los 16 acompañantes aporta los ejemplos
necesarios enseñando, al mismo tiempo y a su manera, la lección correspondiente
que de ello se deriva.
La agrimonia camina totalmente despreocupada y hace
chistes sobre cualquier cosa. El mímulo jaspeado ya no conoce el miedo. El heliántemo común mismo es un ejemplo de
serenidad en la más plena oscuridad. La aulaga relata a los caminantes durante la noche los
progresos que harán cuando el sol se levante de nuevo la mañana
siguiente.
El roble permanece inamovible en medio de la tormenta
más fuerte. Los ojos de la clemátide están radiantes de alegría al acercarse el
final del viaje. Ya no hay dificultad o revés que pueda desanimar a la genciana.
El brezo ha comprobado que cada caminante debe
recorrer su propio camino y marchar tranquilamente por delante para mostrar que
eso es posible. Laachicoria, que siempre ha esperado poder tender una mano a aquel que lo necesita,
lo hace ahora sólo cuando se lo piden y de forma sosegada. Laceratostigma conoce perfectamente los
estrechos senderos que no conducen a ninguna parte, y la centaura menor sigue buscando al más débil,
que lleva la carga más pesada.
El agua de roca ha olvidado hacer reproches a
los demás y ahora ocupa todo su tiempo en darles ánimos. La verbena ya no echa sermones, sino que indica tranquilamente
el camino. La impaciencia ya no conoce la prisa, sino que camina lentamente tras el último
para mantener con él el ritmo. Y la violeta de agua, más ángel que persona, roza como un
cálido soplo de viento o un fabuloso rayo de sol a todo el grupo, bendiciendo a
cada uno de ellos.
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