Parábola del Buen Samaritano, como idea rectora de la promoción cultural de la salud
QUIEN ES MI PRÓJIMO?
Un marco vivencial de referencia para la promoción cultural de la salud (y para la vida en general) es la de “prójimo”. ¿Quién es mi prójimo?... de poco sirven los conceptos si no son asociados con una vivencia previa. Por ello, para responder a esta pregunta, Jesús maestro utiliza la parábola del buen samaritano:
(Lc; 10,30-37)
“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, los cuales lo desvalijaron e hirieron. Se fueron, dejándolo medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por ese mismo camino y lo vio, pero paso de largo. Así mismo un levita, al llegar cerca de aquel lugar, lo vio y pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, al pasar a su lado lo vio y sintió compasión. Se acercó a él y le vendó las heridas vertiendo en ellas aceite y vino; después lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, al partir, sacó dos denarios y se los entregó al posadero diciendo: cuida de él, y todo lo que gastes de más yo te lo pagaré a mi regreso. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El respondió: El que tuvo compasión por él. Entonces Jesús le dijo: Vete y haz tú lo mismo. (Es palabra de Dios)”.
En su artículo “El Socio y el Prójimo” Paul Ricoeur afirma que el prójimo es “un comportamiento en primera persona”, es una praxis que involucra una conducta de hacerse presente, que se transforma en paradigma de acción a partir de la sentencia: “Vete y haz lo mismo”.
La experiencia del encuentro con el otro, se dá a partir de un sentimiento de “condolencia” o dolerse con el otro por el hecho de presenciar una situación de postramiento (que puede ser propia, del otro o de ambos).
Este sentimiento origina un comportamiento generoso y desinteresado de ayuda que motiva el agradecimiento.
Es una acción que no está mediada por ninguna institución, que es directa, espontánea, inmediata, y fugaz en una relación asimétrica y de un modo específico de reciprocidad.
Dicho encuentro “con el otro”, implica un reconocimiento de otro, en tanto encuentro con la existencia del otro, con su humanidad, reconstruyendo a la vez el sentido de la existencia propia. Es decir, un encuentro de ser a ser, que transforma al ajeno, distante y desconocido en un prójimo potencial.
¿Cómo reconocemos a ese prójimo? Siendo sensibles a los indicios que la vida cotidiana nos anuncia, desde una mirada atenta y una escucha activa.
Éstas son actitudes de relacionamiento con el otro, propias de la esfera del valor (según las esferas de relacionamiento posibles en la Antropología de Kant E., en versión adaptada de Paul Ricoeur, que describe las esferas del “tener”-lo económico-, del ”poder” -lo político- y del “valor”-la valía, la estima-).
Este valer está relacionado con el reconocimiento de la valía del otro (estima) y también con la propia (sana autoestima). La estima insana deforma en disvalores tales como la vanidad, conveniencia o la especulación.
Hay una forma sana de reconocimiento de la humanidad, que es a través de la valoración de aquellas producciones que dan cuenta objetiva de las virtudes, anhelos, y posibilidades de la persona que la dignifican. Es decir, dicho reconocimiento del prójimo se encuentra mediado por una expresión material y concreta, que es obra de él. Entre los valores de esta esfera priman la creatividad, expresividad y la memoria.
Es necesario, en la situación actual en la cual vivimos siendo parte de una cultura asediante y deformante de la persona, el realizar una educación para la vida saludable, dado que cuando las conductas expresan valores por defecto, la persona se aleja de la posibilidad del encuentro con el semejante y aumenta las posibilidades de debilitamiento de la identidad y la alienación de su simismidad, en progresivo avance hacia las patologías mentales.
A mi criterio, los agentes de salud deben ser educadores para una vida saludable y deben prepararse para ello, dado que no se puede dar lo que no se tiene.
LAS LINEAS MAESTRAS TAN ANTIGUAS Y TAN NUEVAS…
El P. Arnoldo Pangrazzi en su obra “Hacer bien el bien. Voluntarios junto al que sufre”, utiliza la Parábola del buen samaritano haciendo hincapié en las huellas que ha de seguir el agente hospitalario voluntario a la hora de intervenir en el mundo del otro.
6 HUELLAS A SEGUIR:
1) ES LA CONCIENCIA (“lo vio”) Entrenar la capacidad de ver:
El samaritano ve a través de la sensibilidad del corazón, el cual abre al encontrarse con el herido. En el voluntario, el “ver” comienza con la preparación mediante un curso formativo teórico-práctico en el que se prepara para acercarse al enfermo de puntillas, cultiva una mente y un corazón sensibles, capaces de discernir quien necesita una sonrisa, quien una caricia, quien un dialogo liberador y quien el silencio.
2) LA COMPASIÓN (“sintió compasión”) Entrenar la empatía:
Al voluntario se lo capacita para transformar la compasión (cum passio = sufrir con) en empatía. Esto permite mantener un sano equilibrio y una objetividad que nos aleja del riesgo de la excesiva identificación, producto de la conjunción de las heridas propias no resueltas con las heridas del otro. La compasión se traduce en empatía, cuando sabe estar en sintonía con los estados de ánimo del interlocutor sin hacerlos propios, es capaz de comprender lo que el otro siente y vive sin afanarse en resolver sus problemas.
3) LA CERCANÍA (“se acercó a él”) Es la acción asertiva y humanizadora:
Al acercarse al otro cabe cuidar ciertos detalles, tales como la presentación y el estilo comunicativo que se manifiesta mediante la expresión del rostro, los gestos, el tono de voz, y la mejora del bagaje relacional propio que ha de adaptarse a cada persona y circunstancia, para que la presencia del voluntario sea positiva y humanizadora.
4) INVOLUCRARSE (“le vendó las heridas…”) La escucha activa
Una línea maestra para para “vendar las heridas” es ofrecer el don de la escucha atenta y respetuosa. La necesidad de ser oídos, de desahogarse sin sentirse juzgados, de hablar sin ser interrogados, sintiendo que se respeta su dignidad, que se acogen sus sentimientos y que se reafirman sus vivencias, a veces es más necesario que el propio fármaco.
El voluntario cura dejando espacio a su interlocutor, sin necesidad de protagonismo personal, adaptándose al ritmo del otro, no cayendo en la tentación de proponer soluciones fáciles a los problemas, sino dejando que las respuestas surjan por sí solas, ofreciendo la posibilidad de una confrontación sana, si es preciso.
5) ACOMPAÑAR (“después lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él“) Acompañar
Acompañar significa garantizar la continuidad de la presencia y la cercanía. El papel del voluntario no es resolver los problemas de las personas, sino ser una compañía en el camino, y es mediador de los procesos sanadores.
6) COLABORACIÓN (“al día siguiente, al partir, sacó dos denarios y se los entregó al posadero, diciendo: cuida de él, y todo lo que gastes de más yo te lo pagaré a mi regreso”)
Hoy la figura del posadero ha sido reemplazada por un gran abanico de especialistas médicos y la posada por hospitales y centros especializados relacionados con la salud. Pero allí donde las actitudes de instituciones y de especialistas dejan que desear, el voluntario estudia los modos y los tiempos oportunos para intervenir con delicadeza.
EL ROL DE LOS AGENTES DE LA PROMOCIÓN CULTURAL DE LA SALUD
-El agente de la promoción cultural de la salud trabaja a partir de un imaginario posible a partir de una reflexión crítica acerca de la realidad.
-Realiza un análisis fenomenológico (descripción empírica) o lectura de la situación imperante en su comunidad de desempeño.
-Favorece a la participación de la comunidad.
-Trabaja en forma orgánica en relación conjunta con los líderes de esa comunidad.
-Define la realidad en diálogo y común acuerdo con todos aquellos que se deciden a transformarla, para a partir de categorías más abstractas poder operar sobre ella.
-Su actividad gira en torno de aquello que entusiasma a su comunidad de desempeño.
-Actitudes de escucha activa, y de observación atenta.
-Su comunicación empática, le permite ser espejo del otro, lo cual solo es posible si el agente de salud es capaz de colocar sus propios presupuestos entre paréntesis.
-Transforma la palabra limitada en poética, que es un tipo peculiar de creatividad que le permite desplegar mundos nuevos, nuevas realidades hasta el momento inexistentes, pero no obstante deseables y posibles.
-Promotor de esperanza en la simismidad del ser.
-Constructor de mundos nuevos posibles, que lo compromete a instrumentarlo de modo de poder crearlo y concretarlo a partir de una intencionalidad y decisión política que lo pone en acción.
Diagnósticos y respuestas académicas hay muchas, pero son pocas las propuestas y proyectos organizados. Esta es una tarea de Profesionales, agentes de salud, líderes comunitarios trabajando mancomunadamente.
Silvia M. Leonardi
fuente de consulta: libro “Promoción cultural de la salud. El caso de la salud mental” de Alejandro Kohl
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